Alguien te mira
CARLOS PEÑA
Las declaraciones de Francisco Vidal (habla con la frecuencia con que los demás respiran) sumadas a la proposición de nuevos integrantes para el directorio (los hay para todos los gustos) plantean, de nuevo, la vieja pregunta:
¿Qué justifica la existencia de un canal público?
¿Para qué, en otras palabras, existe Televisión Nacional?
La respuesta más antigua es una inspirada en John Reith, el fundador de la BBC. Los medios, dijo Reith, "deben llevar a la mayor cantidad de hogares posible (...) todo lo mejor en todos los ámbitos del conocimiento, el esfuerzo y los logros humanos".
La televisión es concebida, entonces, como una pizarra y no como un espejo. Su tarea sería la de civilizar a esas masas ignorantes y torpes que, entregadas a su deseo, preferirían consumir basura en vez de acceder a ese canon que resume lo mejor de lo humano y que sujetos como Reith, mediante la radio primero y la televisión después, tenían la gentileza, y la disposición, de poner a su alcance.
Otra respuesta -que entre nosotros adquiere cada vez mayor popularidad- es que la función de un canal público es la de asegurar el pluralismo; es decir, garantizar que todas las voces sean oídas y no quede opinión alguna por pronunciar.
Según este punto de vista, la televisión sería un sucedáneo de la vieja plaza pública: en ella, cada orador tendría un sitio para perorar.El primer punto de vista -la televisión como un instrumento civilizador- conduce a escoger como miembros del directorio de TVN a académicos y profesores; personas, en suma, que exhiben esos títulos de nobleza en que amenazan convertirse las profesiones y los grados académicos.
¿A quién sino a esos hombres y mujeres que, gracias a Dios, atesoran el saber podríamos confiarles el empleo de esa caja que se entromete en los hogares y, así, moldea la cotidianidad?
El segundo punto de vista -la televisión como un órgano que garantiza el pluralismo- aconseja incluir en el gobierno televisivo a representantes de las fuerzas políticas mayoritarias.
Algo como lo que acaba de ocurrir con la proposición gubernamental.
Si por cada fuerza política hay un miembro del directorio, entonces se alcanzaría el equilibrio y ninguna de ellas predominaría sobre las otras.Temo, sin embargo, que ninguno de esos puntos de vista es el correcto.El primero -la televisión como un instrumento civilizador- es sencillamente una tontera incompatible con los ideales de una sociedad abierta.
Reposa sobre la idea de que la expansión del consumo y la indocilidad creciente de las masas deben ser prontamente corregidas. Este es un error en el que la derecha y la izquierda tienden, a veces, a coincidir.
La derecha, o parte de ella, piensa que las preferencias de las mayorías son simples ordinarieces que transgreden el canon del buen gusto. La izquierda, o una porción de ella, cree, por su parte, que la expansión del consumo y de la publicidad enajena a las masas, las emborracha con facilismos y las manipula. Una y otra -ya se sabe: la derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas- coinciden en la necesidad de que las audiencias sean conducidas por un puñado de sujetos cultos e ilustrados que evitarían su envilecimiento y ahogarían sus gustos innobles.
El otro punto de vista -la televisión nacional como garantía del pluralismo político- no lo hace mejor.
Conduce, más temprano que tarde, a que el directorio de TVN sea una repartija innoble, un simple reflejo de las preferencias electorales, un lugar en la que cada director es un custodio de intereses parciales. Algo como esto conduce a un resultado carente de toda dignidad: un minuto para ti, otro para mí.Pero quizá -en esto al menos- exista una tercera vía.
Tal vez el genuino carácter público de la televisión consista en reflejar todas las formas de vida, en brindarles reconocimiento sin excepción y sin prejuicio.
Después de todo, cada vida humana aspira a que la valía que se atribuye a sí misma sea, al mismo tiempo, reconocida y respetada por los otros. Ser es también, en algún sentido, aparecer. Una forma de vida entregada al sigilo de lo privado -una vida que nadie mira- es, al mismo tiempo, una vida vulnerable, una forma de vida maltratada que echa en falta el reconocimiento. Y ocurre que la televisión, por su capacidad de hechizo, es, en las condiciones contemporáneas, imprescindible para que los propios significados puedan comparecer ante la conciencia de los demás.
Por eso la televisión puede ser el único camino para que esa dimensión obvia de lo público y de la democracia -que es el deseo del reconocimiento que anima a todas las formas de vida- se satisfaga.
Pero, claro, eso exige que en el directorio de TVN no tengamos ni a ilustrados, ni a funcionarios, ni a apocalípticos, ni a integrados, sino a simples ciudadanos.
1 comentario:
Perdón, pero todo lo que escribe Carlos Peña, me parecen ser, al igual que su ideología y discurso,
¡Totales inconsecuencias!
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