Discutiendo sobre libertad de expresión en TVN
Satanás y el Mercado
Dos académicos y una audiencia ilustrada discuten sobre contenidos, medios, noticias y derechos de los periodistas. Al principio, el asunto tiene olor a lugares comunes y jurisprudencia de vanguardia. Todo bien, hasta que Carlos Peña empezó a blasfemar.
Por Felipe Saleh
Son casi las 9 de la mañana. En el patio techado que está al lado del auditorio de TVN los mozos no se cansan de ofrecer jugos, sandwiches y pasteles. A todas luces fue un error tomar desayuno antes de salir. No hay mucha gente. Los de siempre para lo que parece ser el clásico seminario sobre la libertad de expresión. Jorge Cabezas, el jefe de prensa del canal, Eliana Rozas, ex directora ejecutiva de Canal 13 y que prepara el estreno de CNN Chile, El director ejecutivo de TVN Daniel Fernández (que se ocupa la mañana en estas cosas en vez de hablar sobre el precio del petróleo en el noticiero), el presidente del directorio Mario Papi, que luce un extraño pero discreto parche en su cuello, Montserrat Álvarez que moderará la conversación y Paola Doberti, gerente de marketing, contemporánea de Camiroaga en Extrajovenes pero que no ha envejecido tan lentamente como él. Más Algunos estudiantes, periodistas dispersos, académicos, fotógrafos y los expositores que se dejan acribillar por los flashes, dando por un segundo la idea de que esto puede ser el lanzamiento de la próxima teleserie.
El estelar es Claudio Grossman, decano de una escuela de leyes en Washington (American University College of Law ), ex presidente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y, como sabremos luego un abogado con amplia experiencia internacional que domina el holandés, entre otros idiomas. Lo acompaña Carlos Peña, rector de la Universidad Diego Portales y en el último tiempo dueño de la única página de El Mercurio que se abre con cierta expectación.
Hasta el momento, cóctel incluido, los “Desafíos sobre la libertad de expresión” parece otra conferencia sobre este tema, donde Satán está personificado en Agustín Edwards y Álvaro Saieh, dueños de El Mercurio y La Tercera respectivamente, principales responsables de la falta de pluralismo y por consiguiente de que el café a la salida tenga gusto a derrota.
Algo de ese sabor le imprime Grossman. El abogado consigna los 200 periodistas que han muerto asesinados en los últimos tres años (ninguno en Chile, al menos), “son un grupo vulnerable como las mujeres o los niños en riesgo social” dice. Luego cita algunos casos emblemáticos: el fallo sobre la exhibición de La Última Tentación de Cristo en 2001, el caso de Humberto Palamara, que le ganó al Estado chileno el derecho a publicar un libro sobre la Armada, y Marcel Claude que en 2006 ganó al Estado una demanda por derecho a la información a través del Comité de Inversiones Extranjeras. El juicio de Baruch Ivner contra Perú al mando de Fujimori, quien le quitó un canal de televisión por destapar negocios sucios, o el general Felipe Rodríguez en Venezuela, encarcelado por difamación contra Hugo Chávez, cuyo gobierno es uno de los 9 países en la región que aún penaliza la difamación.
El amigo de LUN
Pero Grossman aporta nuevas perspectivas cuando dice que “lo que queremos es aumentar la crítica a las autoridades públicas, cuando se dicen cosas que chocan se abren más espacios de libertad”, y también confiesa su deseo de “Despenalizar todo el ámbito de la injuria y calumnia, y a cambio establecer responsabilidades ulteriores de carácter civil”.
Después de esta clase de jurisprudencia medio vanguardista que todos aplaudimos, es el turno de Carlos Peña, que muy en su estilo cita a Kant y John Stuart Mills, un pensador del siglo XIX, autor de “Sobre la Libertad”. El columnista queda al descubierto como un hippie con todo el tiempo para leer los clásicos de la literatura universal, debajo de un árbol. Según Peña, la libertad de expresión debería importarles a todos los que dicen luchar por la verdad: “si a uno le importa la verdad, tiene que dejar que todos opinen, porque sólo en medio de la competencia abierta de ideas, la verdad puede florecer y la mentira puede ser derrotada”.
El rector de la UDP compara a Viera Gallo con Federico II que censuró a Kant. “Si cada uno tiene el mismo derecho moral, usted me está ofendiendo al decir que entiende mejor que yo” parafraseó Peña. Hasta ahí todo bien, un poco de asceto balsámico a una discusión cargada siempre pimienta y lugares comunes.
Pero el rating de Peña descansa en su actitud de “outsider”. El abogado no tardó en crispar a la concurrencia cuando dentro de sus argumentos a favor de la libertad de expresión dijo: “el deber de los periodistas no es decir la verdad, sino no mentir deliberadamente y eso no significa abrazar la verdad a ultranza. De otra forma tendríamos santones incapaces de decir nada y no habría diarios sino anuarios con noticias verificadas hasta el último intersticio”. La afirmación tenía la certeza de que podría irritar al gremio lanzando la regla de que “el ejercicio del rigor periodístico consiste en verificar que la información sea plausible, no necesariamente verdadera”.
Lo peor vino después. El columnista lanzó que le gustaba el sistema de medios duopólico, porque “en el contexto chileno, elitista y endogámico, donde las decisiones se toman en el club de Golf y a la salida del colegio, entregar los medios masivos a la economía política de las audiencias y al mercado es extremadamente liberador”. En este punto Grossman se empieza a inquietar y pide a Montserrat Álvarez tiempo para intervenir.
“Yo sé que a ustedes que son cultos e ilustrados les molesta LUN pero a mi me parece espléndido, porque a través de la farándula se han puesto temas que de otra forma no estarían: un gay que salga en televisión sin ser motivo de repulsa, una jueza que se declare lesbiana, vecinos reclamando”. Chile, según él, sólo tiene dos alternativas: el mercado o la elite. Y “ya sabemos como piensan Viera Gallo y el Cardenal, los conservadores de derecha le temen a la modernización por encontrarla vulgar y preferirían ver History Channel, y los conservadores de izquierda también porque dicen que la modernización produce seres alienados”. Y para continuar el sacrilegio alaba al mercado usando a Marx: “el mercado disuelve todo lo sólido en el aire”, en nuestro caso la vieja elite y por si fuera poco, en dos décadas, usando la terminología marxista, “ha logrado cambiar las condiciones materiales de la existencia humana poniendo al alcance bienes simbólicos y materiales que antes sólo se veían a lo lejos”.
No estamos en Alemania
Claudio Grossman estaba ya inquieto con lo que en la cabeza de muchos era una blasfemia.Al fin tuvo su turno. El mercado es algo que se construye. La idea de que el público va determinando las cosas supone que el público no está afecto a la publicidad. Si alguien que corre en la mañana no puede vivir sin el aparato para oír música es porque alguien se lo vendió. Los medios tienen que ser regulados, en Holanda y Alemania existen asociaciones de consumidores que pagan una cuota por un espacio en televisión y pueden expresarse”.
“Pero no estamos en Alemania”, replica Peña, antes de ser estocado por Consuelo Saavedra, que apoyó el ejemplo de los adictos a la música para correr, y se quejó de la primacía de las noticias policiales y de la postergación de otras, por culpa del mercado.
Sin querer los “enojados” con Peña estaban cayendo en algo que Grossman dijo al principio: en Latinoamérica se hace un esfuerzo tremendo por acomodarse y comportarse como todos los demás, cuando en esencia, la libertad de significa ante todo cultivar la diferencia. Ser anti mercado a esta altura es más que todo corrección política, coincidir en las formas pero no en el fondo.
“Es probable que una persona que produce contenido simbólicos para las audiencias haga una tarea bastante digna, lo que pasa es que en Chile todos queremos ser intelectuales ilustrados. Además los periodistas siempre tienen una autoimagen que sienten que los medios no realizan”, espeta Peña a modo de provocación.
-No en todos los casos, replica el director de prensa del canal.
-Bueno, excluyamos a Jorge Cabezas entonces, contraataca el abogado.
Risas. Peña se va como el niño terrible que cuida a las masas, pero que a estas alturas es el mimado de la elite.
Son casi las 9 de la mañana. En el patio techado que está al lado del auditorio de TVN los mozos no se cansan de ofrecer jugos, sandwiches y pasteles. A todas luces fue un error tomar desayuno antes de salir. No hay mucha gente. Los de siempre para lo que parece ser el clásico seminario sobre la libertad de expresión. Jorge Cabezas, el jefe de prensa del canal, Eliana Rozas, ex directora ejecutiva de Canal 13 y que prepara el estreno de CNN Chile, El director ejecutivo de TVN Daniel Fernández (que se ocupa la mañana en estas cosas en vez de hablar sobre el precio del petróleo en el noticiero), el presidente del directorio Mario Papi, que luce un extraño pero discreto parche en su cuello, Montserrat Álvarez que moderará la conversación y Paola Doberti, gerente de marketing, contemporánea de Camiroaga en Extrajovenes pero que no ha envejecido tan lentamente como él. Más Algunos estudiantes, periodistas dispersos, académicos, fotógrafos y los expositores que se dejan acribillar por los flashes, dando por un segundo la idea de que esto puede ser el lanzamiento de la próxima teleserie.
El estelar es Claudio Grossman, decano de una escuela de leyes en Washington (American University College of Law ), ex presidente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y, como sabremos luego un abogado con amplia experiencia internacional que domina el holandés, entre otros idiomas. Lo acompaña Carlos Peña, rector de la Universidad Diego Portales y en el último tiempo dueño de la única página de El Mercurio que se abre con cierta expectación.
Hasta el momento, cóctel incluido, los “Desafíos sobre la libertad de expresión” parece otra conferencia sobre este tema, donde Satán está personificado en Agustín Edwards y Álvaro Saieh, dueños de El Mercurio y La Tercera respectivamente, principales responsables de la falta de pluralismo y por consiguiente de que el café a la salida tenga gusto a derrota.
Algo de ese sabor le imprime Grossman. El abogado consigna los 200 periodistas que han muerto asesinados en los últimos tres años (ninguno en Chile, al menos), “son un grupo vulnerable como las mujeres o los niños en riesgo social” dice. Luego cita algunos casos emblemáticos: el fallo sobre la exhibición de La Última Tentación de Cristo en 2001, el caso de Humberto Palamara, que le ganó al Estado chileno el derecho a publicar un libro sobre la Armada, y Marcel Claude que en 2006 ganó al Estado una demanda por derecho a la información a través del Comité de Inversiones Extranjeras. El juicio de Baruch Ivner contra Perú al mando de Fujimori, quien le quitó un canal de televisión por destapar negocios sucios, o el general Felipe Rodríguez en Venezuela, encarcelado por difamación contra Hugo Chávez, cuyo gobierno es uno de los 9 países en la región que aún penaliza la difamación.
El amigo de LUN
Pero Grossman aporta nuevas perspectivas cuando dice que “lo que queremos es aumentar la crítica a las autoridades públicas, cuando se dicen cosas que chocan se abren más espacios de libertad”, y también confiesa su deseo de “Despenalizar todo el ámbito de la injuria y calumnia, y a cambio establecer responsabilidades ulteriores de carácter civil”.
Después de esta clase de jurisprudencia medio vanguardista que todos aplaudimos, es el turno de Carlos Peña, que muy en su estilo cita a Kant y John Stuart Mills, un pensador del siglo XIX, autor de “Sobre la Libertad”. El columnista queda al descubierto como un hippie con todo el tiempo para leer los clásicos de la literatura universal, debajo de un árbol. Según Peña, la libertad de expresión debería importarles a todos los que dicen luchar por la verdad: “si a uno le importa la verdad, tiene que dejar que todos opinen, porque sólo en medio de la competencia abierta de ideas, la verdad puede florecer y la mentira puede ser derrotada”.
El rector de la UDP compara a Viera Gallo con Federico II que censuró a Kant. “Si cada uno tiene el mismo derecho moral, usted me está ofendiendo al decir que entiende mejor que yo” parafraseó Peña. Hasta ahí todo bien, un poco de asceto balsámico a una discusión cargada siempre pimienta y lugares comunes.
Pero el rating de Peña descansa en su actitud de “outsider”. El abogado no tardó en crispar a la concurrencia cuando dentro de sus argumentos a favor de la libertad de expresión dijo: “el deber de los periodistas no es decir la verdad, sino no mentir deliberadamente y eso no significa abrazar la verdad a ultranza. De otra forma tendríamos santones incapaces de decir nada y no habría diarios sino anuarios con noticias verificadas hasta el último intersticio”. La afirmación tenía la certeza de que podría irritar al gremio lanzando la regla de que “el ejercicio del rigor periodístico consiste en verificar que la información sea plausible, no necesariamente verdadera”.
Lo peor vino después. El columnista lanzó que le gustaba el sistema de medios duopólico, porque “en el contexto chileno, elitista y endogámico, donde las decisiones se toman en el club de Golf y a la salida del colegio, entregar los medios masivos a la economía política de las audiencias y al mercado es extremadamente liberador”. En este punto Grossman se empieza a inquietar y pide a Montserrat Álvarez tiempo para intervenir.
“Yo sé que a ustedes que son cultos e ilustrados les molesta LUN pero a mi me parece espléndido, porque a través de la farándula se han puesto temas que de otra forma no estarían: un gay que salga en televisión sin ser motivo de repulsa, una jueza que se declare lesbiana, vecinos reclamando”. Chile, según él, sólo tiene dos alternativas: el mercado o la elite. Y “ya sabemos como piensan Viera Gallo y el Cardenal, los conservadores de derecha le temen a la modernización por encontrarla vulgar y preferirían ver History Channel, y los conservadores de izquierda también porque dicen que la modernización produce seres alienados”. Y para continuar el sacrilegio alaba al mercado usando a Marx: “el mercado disuelve todo lo sólido en el aire”, en nuestro caso la vieja elite y por si fuera poco, en dos décadas, usando la terminología marxista, “ha logrado cambiar las condiciones materiales de la existencia humana poniendo al alcance bienes simbólicos y materiales que antes sólo se veían a lo lejos”.
No estamos en Alemania
Claudio Grossman estaba ya inquieto con lo que en la cabeza de muchos era una blasfemia.Al fin tuvo su turno. El mercado es algo que se construye. La idea de que el público va determinando las cosas supone que el público no está afecto a la publicidad. Si alguien que corre en la mañana no puede vivir sin el aparato para oír música es porque alguien se lo vendió. Los medios tienen que ser regulados, en Holanda y Alemania existen asociaciones de consumidores que pagan una cuota por un espacio en televisión y pueden expresarse”.
“Pero no estamos en Alemania”, replica Peña, antes de ser estocado por Consuelo Saavedra, que apoyó el ejemplo de los adictos a la música para correr, y se quejó de la primacía de las noticias policiales y de la postergación de otras, por culpa del mercado.
Sin querer los “enojados” con Peña estaban cayendo en algo que Grossman dijo al principio: en Latinoamérica se hace un esfuerzo tremendo por acomodarse y comportarse como todos los demás, cuando en esencia, la libertad de significa ante todo cultivar la diferencia. Ser anti mercado a esta altura es más que todo corrección política, coincidir en las formas pero no en el fondo.
“Es probable que una persona que produce contenido simbólicos para las audiencias haga una tarea bastante digna, lo que pasa es que en Chile todos queremos ser intelectuales ilustrados. Además los periodistas siempre tienen una autoimagen que sienten que los medios no realizan”, espeta Peña a modo de provocación.
-No en todos los casos, replica el director de prensa del canal.
-Bueno, excluyamos a Jorge Cabezas entonces, contraataca el abogado.
Risas. Peña se va como el niño terrible que cuida a las masas, pero que a estas alturas es el mimado de la elite.
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